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  • Luis A. Villena

El olvidado Salvador Espriu

Hace unos días se cumplió el centenario del nacimiento de Salvador Espriu (1913-1985), durante muchos años el poeta catalán (en catalán) más conocido y respetado en toda España. Se sabía que Espriu –hombre austero, enfermizo, de talante burgués– era un férreo catalanista, pero no un separatista. Durante el franquismo final (desde mediados de la década de los 60) su poesía sentenciosa, sapiencial, que hablaba a menudo de Cataluña y de España (llamada por su nombre hebreo Sefarad) representó la militancia contra Franco desde Cataluña y se editó, en ediciones bilingües con notable éxito. La pell de brau (La piel de toro) fue la gran apuesta de Cuadernos para el Diálogo en 1968. Considerado una gloria nacional de Cataluña (por encima de Dalí o Pla, que fueron franquistas) y aún por encima del ya fallecido Carles Riba, sin duda el mejor poeta en catalán de todo el siglo XX, Espriu (prosista, dramaturgo, esencialmente poeta) llevó con mucha dignidad un peso probablemente excesivo. Que Jordi Pujol presidiera sus funerales (no lo hizo con ningún otro escritor) quizá no fue bueno a la larga. Los políticos deben dejar cuanto más libres a los artistas, mejor; jamás usarlos, ni aunque se dejen. Algo de esto debe estar detrás de este silencioso centenario, cuando además (y desde hace años) no se reeditan las cuidadas y varias traducciones de Espriu.

Lo leí con gusto en 1970, sobre todo en la Antología de Salvador Espriu (bilingüe) que preparó para Plaza-Janés Enrique Badosa.Ensayo de cántico en el templo nos hablaba a todos: «¡Oh, qué cansado estoy de mi cobarde,/ vieja, tan salvaje tierra,/ cómo me gustaría alejarme/ hacia el Norte,/ en donde dicen que la gente es limpia/ y noble, culta, rica, libre,/ desvelada y feliz!». Aún es muy fácil, en cualquier rincón de la triste y malgobernada España, identificarse con estos versos, cantados por entonces asimismo. El poema termina: «Pero no he de seguir nunca mi sueño/ y aquí me quedaré hasta la muerte./ Pues soy también muy cobarde y salvaje…». Me emocioné mucho con Espriu y lo busqué a menudo. Pero pronto se me quedó atrás. Es un buen poeta (incluso con o por su persistente tono ceniciento) pero nunca llega a las Elegías de Bierville. En el franquismo final, Espriu era demasiado atrevido –es un decir–, demasiado poco español; después de Pujol y la sarta de políticos que lo ven como padre, Espriu –utilizado entonces por el catalanismo– resulta poco independentista.

Dijo entrevistado: «Al iniciarse la Guerra Civil, yo me sentía republicano y partidario del concepto de una España federal. Por tanto no deseaba entonces ni deseo ahora el enfrentamiento, sino la concordia. Sufrí mucho espiritualmente por ambos bandos».

Esto era Espriu: un hombre culto, sobrio, moderado. Muy lejos de la Cataluña radical de hoy. Muchos españoles cegatos lo vieron como enemigo (no lo era) y algunos catalanes memos, hoy con mando en plazuela, lo tendrán ahora mismo por tibio. Quizá le pasen cosas parecidas a Tàpies. El gran Espriu –encumbrado en febrero de 1985, al morir– hoy yace seco, digno, raro, en tierra de nadie. ¡Qué país, Cataluña incluida, igual en defectos!